España es líder dentro de la UE en la puesta en marcha de estas
técnicas, con 1,6 millones de hectáreas dedicadas a la agricultura de
conservación.
Este tipo de técnicas
agronómicas ofrece un potencial enorme para toda clase de tamaño de
fincas y sistemas agro-ecológicos, ya que combinan una producción
agrícola rentable con una protección eficaz del medio ambiente.
Según
la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO), la
agricultura de conservación 'comprende una serie de técnicas que tienen
como objetivo fundamental conservar mejor y hacer un uso más eficiente
de los recursos naturales, mediante un manejo integrado del suelo, agua,
agentes biológicos e insumos externos'. En pocas palabras, se trata de
unas prácticas agrarias sostenibles que persiguen una menor alteración
del suelo y el mantenimiento de una cobertura de restos vegetales.
En
este sentido, la Asociación Española de Agricultura de
Conservación-Suelos Vivos (AEAC.SV), miembro activo de la Plataforma
Tecnológica de Agricultura Sostenible (PTAS), está potenciando la
promoción de la agricultura de conservación entre los agricultores de
nuestro país, puesto que entre sus beneficios destacan la reducción de
la erosión, un incremento en los niveles de materia orgánica, una mejora
de la estructura del suelo, una mayor biodiversidad, un aumento de la
fertilidad natural de los suelos, una menor emisión de dióxido de
carbono a la atmósfera, mayor capacidad de retención de agua, menor
riesgo de inundaciones y una menor contaminación de las aguas
superficiales.
Uno de los principales
problemas de la agricultura en la actualidad es la merma de suelo, donde
el riesgo alto de erosión supera el 50% de la superficie. Esta pérdida
es evitable con la puesta en marcha de una serie de técnicas agronómicas
de conservación, aplicables tanto a cultivos herbáceos como leñosos,
que permiten una mejor conservación del terreno.
Adaptada
a los cultivos herbáceos se encuentra la siembra directa, fundamentada
en el uso de los restos vegetales de las cosechas como medio natural de
protección del suelo y fuente de múltiples beneficios ambientales. Como
norma general, el suelo no recibe labor desde la recolección del cultivo
hasta la siguiente siembra. Si bien, debe adaptarse a las condiciones
locales de cada región y a las exigencias del cultivo. En cuanto a los
leñosos, las técnicas que se emplean son las cubiertas vegetales basadas
en proteger con una cubierta viva o inerte el espacio que existe entre
las hileras de árboles.
La agricultura
de conservación ofrece un potencial enorme para toda clase de tamaño de
fincas y sistemas agro-ecológicos, ya que combina una producción
agrícola rentable con una protección eficaz del medio ambiente. Por
ello, desde la PTAS se sostiene que estas prácticas agrarias 'son
fundamentales para hacer frente a los retos que tiene la agricultura en
la actualidad: producir más alimentos con menos, responder a las
demandas de la sociedad, ayudar a la vertebración del territorio rural y
conseguir una verdadera sostenibilidad'.
La agricultura de conservación en cifras
Las
prácticas agrícolas de conservación han permitido tener una mayor
eficiencia energética y mejorar las producciones entre un 15 y un 30%
con la misma cantidad de energía. Esto se debe fundamentalmente a la
minimización del laboreo, lo que a su vez ha propiciado la creación de
sembradoras adaptadas a la presencia de restos vegetales sobre el suelo
de forma permanente.
En la Unión
Europea también se aplican estos métodos desde hace tres décadas, siendo
España el país líder con 1,6 millones de hectáreas dedicadas a la
agricultura de conservación, lo que supone el 9,5 por ciento de las
tierras cultivadas. De acuerdo a datos oficiales del Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), del total de esta
superficie, aproximadamente unas 510.000 hectáreas se dedican a siembra
directa y el resto a cubiertas vegetales en cultivos leñosos.
En
base a estudios científicos, la agricultura de conservación es capaz de
fijar de media hasta 1,5 toneladas de Carbono por hectárea y año más
que las técnicas convencionales en los primeros diez años de
implantación, y reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera
hasta un 22 por ciento. Por otro lado, y debido a la reducción de las
labores y a una mayor eficiencia energética en la maquinaria utilizada,
el consumo de combustible se puede llegar a reducir de forma anual en
torno a 35 litros por hectárea.
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